Poco a poco voy incorporándome de mis vacaciones blogueras, casi dos meses que se me han pasado volando, pero que hoy, de repente, he decidido terminar, he decidido que ya era hora de volver porque ya me estaba entrando de nuevo el "gusanillo bloguero", con muchas ideas por colgar y de las que escribir.
Y vuelvo en este blog con una entrada viajera (bueno, realmente serán tres) que os había prometido antes del verano, sobre el viaje a Irlanda del pasado año. Para sobrellevar mejor la caida de las hojas y el frio que amenaza con llegar presagiando ya el largo invierno ¿qué mejor que recordar viajes pasados o incluso, planear otros viajes futuros, no os parece?
Así que el 27 de agosto mis cuatro amigas y yo salimos de Madrid en un avión de Iberia Express, lleno de adolescentes deseosos de aventuras, de desligarse de la autoridad paterna durante unas semanas (y de paso, aprender inglés). Tras 2 horas de un vuelo tranquilo y sin turbulencias, (salvo el aterrizaje en Dublin, un tanto movido, lo que provocó el aplauso de alivio de todos al pararse finalmente el avión), llegamos al pequeño y antiguo aeropuerto de Dublin (nada que ver con la moderna Terminal 4 que habíamos dejado en Madrid).
La capital irlandesa nos recibió con lluvia, tal y como habían anunciado todas las predicciones del tiempo y por tanto, no nos pilló de sorpresa, aunque luego tendríamos suerte a lo largo del recorrido, porque el tiempo respetó justo los lugares que tenía que respetar, al no hacer acto de presencia la lluvia ni la niebla, justo en los lugares en que su aparición habría fastidiado bastante nuestras vistas y visitas a los monumentos naturales más espectaculares del pais.
Llegamos a nuestro hotel de Dublinmás tarde de lo previsto, ya que hubo un problema con las maletas de una pareja que venía desde Valencia, los vuelos no enlazaron a tiempo y su equipaje anduvo viajando al mismo tiempo que ellos por Irlanda, sólo que ellos por un lado y sus maletas detrás persiguiéndoles a través de media Irlanda. Finalmente las maletas y sus dueños podrían reencontrarse la última noche de nuestra estancia en Irlanda, en medio del aplauso de todo el grupo que asistía emocionado a la escena del reencuentro en el Hotel Gibson de Dublin.
Así que, como iba diciendo, llegamos a nuestro hotel cuando empezaba a anochecer, por lo que tras tomar posesión de nuestra habitación, salimos las cinco disparadas a explorar la ciudad. El hotel no estaba en el centro, pero tras un paseo a la orilla del rio Liffey, llegamos a la zona de Temple Bar, donde se concentran los pubs y restaurantes más animados de la ciudad y donde como era ya la hora de la cena, entramos en un pub de la zona a cenar, donde un músico estaba tocando música tradicional irlandesa. La cena resultó muy buena y a un precio bastante asequible. La verdad es que no se puede decir que la comida irlandesa sea muy variada, pero en honor a la verdad, yo tengo que decir que a mi me gustó y que yo volví a España con un par de kilos de más, concentrado en los contornos de mi cintura, como no podía ser menos (luego tocaría pagar mis pecados culinarios sudando un poco en el gimnasio, pero ¡que me quiten lo bailao!).
![]() |
mi primera comida en Irlanda fue este guiso que estaba riquísimo, de las mejores comidas que tomé allí (y por supuesto, la patata nunca podía faltar en ninguna comida) |
Despues como la hora ya se nos habia echado encima, decidimos coger el “luas” (un tren eléctrico) que nos llevaría hacia nuestro hotel y en cuyo trayecto conocimos a una francesa, a la que yo había pedido información sobre la hora en que pasaria ese tren. Y como resultó que ella iba en nuestra misma dirección, compartimos todo el trayecto con ella, tiempo en el que nos contó que llevaba viviendo más de un año en Dublin y que ella también tocaba música de vez en cuando en algún pub, en plan amateur. La verdad es que más que francesa, parecía irlandesa, ya que era encantadora y muy simpática.
Al dia siguiente tuvimos una panorámica de Dublin (que en gaélico significa “pequeño lago negro”), en el que nos llevarían a los lugares más emblemáticos de la ciudad y después nos dejarian algo de tiempo libre para explorarla, cosa que aprovechamos al máximo, Carolina y yo, por ejemplo, nos acercamos a visitar la interesante casa georgiana del número 29 de Merrion Street South, en la que se expone el tipo de vida de la burguesia de Dublin entre los siglos XVIII y XIX y a través del recorrido por sus distintas habitaciones repartidas en varias plantas, puedes ver como vivian los señores y también sus criados, algo así como aquella serie inglesa titulada “Arriba y Abajo”, de la que quizás alguien se acuerde. La visita resultó de lo más curiosa y entretenida.
Las puertas georgianas en Irlanda son de distintos colores, mientras que en Inglaterra son generalmente negras y hay una leyenda para explicar esto, según la cuál las de Irlanda son de colores porque así los irlandeses pueden localizar mejor sus casas después de salir de los pubs ciertamente, es legendaria la fama de bebedores de los irlandeses y lo cierto, es que en varias ocasiones y en distintos lugares de Irlanda, nos encontramos a varias personas (ya fueran hombres o mujeres, o jóvenes o mayores) que iban por la calle haciendo eses, lo que es bastante significativo y no es que no beban también en otros paises, pero tengo que decir que en otros paises no he visto tantos balanceándose así por las calles. Y es que la bebida es un verdadero problema en este pais, al igual que también lo es el juego, los irlandeses son muy aficionados, por ejemplo, a las apuestas de caballos.
![]() |
apoyándose en un hombro amigo, para sobrellevar la cogorza y la noche no había hecho más que empezar |
Despues de comer partimos para Adare, en el condado de Limerick (la República de Irlanda está dividida en 26 condados más los 6 condados de Irlanda del Norte). Dicen que este pueblo es uno de los más bonitos del pais y desde luego, aunque pequeño, resulta encantador con sus típicos cottages, que son las casas tradicionales irlandesas, hechas de piedra con los tejados de paja, como las que salen en la película “El hombre tranquilo”. También vimos allí la Abadia de los Trinitarios.
A continuación fuimos a visitar el Castillo de Bunratty y el Bunratty Folk Park, que es una especie de parque temático en el que hacen una recreación de un pueblo típico irlandés. Curioso recorrido en el túnel del tiempo irlandés.
Y tras nuestra visita partimos hacia Tralee, donde dormiríamos nuestra segunda noche en el Eire. Nos recibió con lluvia, a pesar de lo cuál con nuestros paraguas, chubasqueros y katiuskas (me fueron de mucha utilidad a lo largo del viaje), nos lanzamos a recorrer el pueblo, que nos gustó mucho a pesar de verlo bajo la lluvia, visitamos la iglesia de Saint John, donde según nos había dicho Nati, nuestra guia, era previsible que al ser martes hubiera funeral y pudiéramos verla, al estar abierta por ese motivo. Nati no se equivocó y ese martes también estaba abierta. A pesar de que nuestro hotel estaba justo enfrente de una feria que habia en el pueblo, tuvimos una noche muy tranquila que nos permitió reponer fuerzas para continuar nuestro viaje. En Irlanda la gente se retira pronto a sus casas, haya ferias o no.
NOTA: Como siempre, para ver las fotos a mayor tamaño, no hay más que pinchar sobre ellas.
Continuará...........