Salvador Felipe Jacinto Dalí Doménech nació en Figueras (Gerona) el 11 de mayo de 1904, y fue desde su llegada al mundo un niño diferente. Sus padres habían tenido otro hijo siete años antes y lo habían perdido recientemente, por lo que volcaron todo su amor al recién nacido que venia a llenar el vacio familiar.
Mimado en exceso, sus naturales convicciones de superioridad y grandeza se intensificaron, permitiendo que su fructífera imaginación volara a alturas insospechadas. El se sentía un rey y actuaba como tal, con la profunda convicción de que su grandeza algún día seria reconocida por todo el mundo.
Cuando tenia 7 años comenzó a asistir a la escuela publica, donde el contacto con los niños pobres de la ciudad lo hizo sentir aún más que él era diferente. Por eso evitaba relacionarse con sus compañeros, prefería permanecer oculto en un mundo propio que inventaba. Pero fue allí a los 7 años, cuando por primera vez vió, o mejor, intuyó, a quien sería el amor de su vida. En casa de su profesor había un pequeño teatro mecánico que representaba escenas de lugares distantes, y una de ellas mostraba un paisaje ruso, con una niña en él. Ella se convirtió en su sueño, en su idealización del amor; y desde ese momento supo que esa mujer sería la única dueña de su corazón.
El tiempo fue pasando y cuando una chica le llamaba la atención, era porque de alguna manera tenia cierto parecido con la imagen de su sueño. Entonces trataba de encontrar en ella todas las cualidades que le había atribuido a su heroína y al no hallarlas, se desilusionaba, creando dentro de su mente hipersensible un terrible sentimiento de frustración.
Su adolescencia fue dramática. Su mentalidad muy avanzada para su época, unida a ese temperamento teatral que poseía, no le permitían darse el lujo de fracasar, actuaba de forma extraña, polémica, pero nunca de manera que fuera contra sus más íntimos deseos. Sin embargo, internamente Dalí era tímido, y sentía terror de enfrentarse al momento de hacer el amor, pues temía ser impotente. Por tal razón, sus relaciones amorosas se mantenían siempre en un punto casi platónico, del que él mismo no se permitía avanzar. Besos, caricias, bromas y luego, la ruptura.
Ya de adulto, se sentía rechazado por las mujeres y no tenia valor para abordarlas. Pero en 1929, cuando tenía 25 años, todo cambió para él. Su obra estaba comenzando entonces a ser admirada en los exclusivos centros artísticos de París. Una tarde el poeta surrealista Paul Eluard llegó a visitarlo con su esposa Gala.
Gala (Helena Ivanovna Diakonova) habia nacido en Kazan (Rusia) y tenía entonces 35 años. Ella y Eluard, su marido, podrían ser considerados como un matrimonio “perfecto”: él culto, amante del arte y bien parecido; ella, alta, esbelta, elegantísima, acostumbrada a la buena vida. Ambos acaparaban la atención en los más exclusivos grupos de intelectuales de la época.
Dalí no sospechaba que esa visita transformaría por completo el rumbo de su vida. Por entonces, Dalí padecía de incontrolables ataques de risa, que aparecían justamente en los momentos menos oportunos y que podrían durar hasta veinte minutos. Estando en uno de ellos, vió a Gala por primera vez, en ese instante ni siquiera le prestó mucha atención, tan inmerso estaba en sus carcajadas. Gala tampoco reparó en él, estaba cansada y prefirió marcharse al hotel. Unas horas más tarde, se reunieron nuevamente con unos amigos y, por primera vez, sus miradas se cruzaron y ambos sintieron ese escalofrío premonitorio de estar enfrentándose con el destino.
Quedaron en encontrarse a la mañana siguiente, en la playa. Dalí decidió prepararse para el encuentro. Se abrió y arremangó la ropa para hacer resaltar su bronceado. Se puso al cuello un collar de perlas y en la oreja un geranio rojo. Se hirió al afeitarse la axila y se embadurnó el cuerpo con su propia sangre, a la que agregó estiércol de cabra y aceite.
Enseguida Salvador Dalí comprendió que la niña rusa de sus sueños infantiles se había materializado y enseguida supo que quedaría atrapado en sus redes. Pocos meses después, profundamente enamorados, se fueron a vivir juntos.
Ella por su parte, no pudo sustraerse a la atracción que le causaba aquel hombre excéntrico que no paraba de reír. Pronto se convirtieron en inseparables, se pasaban las tardes juntos caminando por la orilla del mar, hasta que Paul Eluard, dándose cuenta de que su esposa estaba embrujada por aquel hombre extraño, se marchó de París, dejándoles el espacio abierto para que pudieran disfrutar plenamente de su amor.
La familia de Dalí se opuso fuertemente a la relación. Su padre no aceptaba que su hijo saliera con una rusa drogadicta y casada, y consideraba que el dinero que Dalí estaba percibiendo era por vender drogas, pues no podía creer que las pinturas de su hijo estuvieran cotizándose tanto, así que se negó a recibirla más en su casa e incluso llegó a desheredar a su hijo. Gala se olvidó se su marido y se consagró por entero a Dalí, convirtiéndose en la única persona que podía prácticamente adivinar todos sus pensamientos.
La irrupción de Gala en la vida de Salvador Dalí sería fundamental, tanto en su vida como en su obra. Tanto fue así, que pasó a firmar sus obras como Gala-Dalí. Dalí pintó a su musa una y otra vez, vestida, desnuda, de espaldas, de mil maneras. El tenia a su musa y ella tenía a su artista. Y por supuesto, lo representaba encargándose de todos los negocios. Ella manejaba el dinero y la vida de Dalí.
La figura de Gala, a pesar de los años transcurridos y de los libros escritos sobre ella, sigue siendo un misterio. Fue un rompecabezas, en el que encajaban muchas piezas y muchas facetas.
Muchos la siguen tildando de bruja, manipuladora, egoísta, posesiva, arisca, antipática, interesada, tacaña, caprichosa (dicen que en sus viajes siempre llevaba dos maletas, una con medicinas y otra con dinero para gastar en los casinos), mujer sin escrúpulos, una tirana capaz de vampirizar a los hombres que se cruzaran en su camino y que sabía muy bien lo que quería, una mujer con excesos sexuales (dicen que llegó a sacar moldes del sexo de los surrealistas) y con un gran interés por los jovencitos.
Pero también fue, para otros, una mujer culta, moderna, independiente y frágil, en busca de la eterna juventud, vulnerable y víctima de la misoginia de los surrealistas, una mujer creativa e intuitiva, a la que le interesaban la videncia y el tarot.
Muchos la siguen tildando de bruja, manipuladora, egoísta, posesiva, arisca, antipática, interesada, tacaña, caprichosa (dicen que en sus viajes siempre llevaba dos maletas, una con medicinas y otra con dinero para gastar en los casinos), mujer sin escrúpulos, una tirana capaz de vampirizar a los hombres que se cruzaran en su camino y que sabía muy bien lo que quería, una mujer con excesos sexuales (dicen que llegó a sacar moldes del sexo de los surrealistas) y con un gran interés por los jovencitos.
Pero también fue, para otros, una mujer culta, moderna, independiente y frágil, en busca de la eterna juventud, vulnerable y víctima de la misoginia de los surrealistas, una mujer creativa e intuitiva, a la que le interesaban la videncia y el tarot.
Juntos vivieron etapas difíciles, sobre todo al inicio de su relación, cuando ella se separó definitivamente de su marido y el mundo entero se confabuló contra ellos.
El de Gala y Dalí fue un matrimonio nada convencional. Porque ninguno de ellos lo era. Dalí sucumbió de inmediato ante un espíritu libre, vitalista, hedonista, que avivó todo su talento y extravagancia. Estaba perdidamente enamorado de ella. Y no había dudas de que ella también lo estaba de él. Y esto provocaba un tipo de relación amorosa muy especial y bastante extraña también, teniendo en cuenta la potente sexualidad de Gala y el hecho de que Dalí era homosexual.
Dicen que el matrimonio jamás se consumó, lo que, según el pintor, se debía a que ella era una diosa y no podía ser mancillada. Y mientras Dalí no tocaba a su mujer-diosa, ella se acostaba con una gran cantidad de hombres y de mujeres. Pero nunca lo engañó. Siempre le dijo con quién se acostaba e, incluso, Dalí lo presenciaba. Era una de las cosas que más complacía al pintor. Gala presentaba sus amantes, siempre muy jóvenes, a Dalí. Él los recibía con mucho afecto y se encargaba de hacerles regalos muy generosos. A ella le gustaba que la mirasen o estar con varios hombres y mujeres a la vez. Él disfrutaba mirando y, de vez en cuando, teniendo relaciones con otros hombres. Los psicólogos han afirmado que padecía de candaulismo, que es una variante del voyeurismo.
Como ambos eran amantes de la buena vida, despilfarraron rápidamente todo lo que tenían y pronto se vieron con grandes dificultades económicas. Pero juntos también disfrutaron las épocas de gloria, del triunfo espectacular de Salvador Dalí. Y sobre todo de la plena realización de ambos a través del amor. Y como jamás les importó el qué dirán, contrajeron matrimonio por lo civil en 1934 y en 1958, muerto Éluard, tuvo lugar la ceremonia religiosa en el santuario de Els Ángels, cerca de Gerona, España.
En su autoexilio a Estados Unidos, Dalí se llevó varios cuadros con él, pero no pudo salvar todas sus obras y los nazis destruyeron las pinturas que el maestro surrealista dejó en Francia. En California, Dalí continuó pintando sus cuadros, diseñó varios decorados para varios ballets y obras de teatro, escribió una autobiografía titulada "La vida secreta de Salvador Dalí" y la novela "Los rostros ocultos", decoró con frescos el departamento de Elena Rubinstein y realizó muchas ilustraciones para libros.
En 1948 Dalí y Gala regresaron a España, después de 8 años de exilio y se establecieron en Portlligat, donde el pintor se consagró a plasmar varias obras de arte religioso. Dalí es un pintor reconocido en su país y su padre ha aceptado ya la relación de su hijo con una mujer rusa y separada. Desde entonces, los Dalí pasan las primaveras y los veranos en Portlligat, y los inviernos entre Nueva York y París.
En 1968, el pintor le compra a Gala un castillo en el pequeño pueblo de Púbol (provincia de Girona), al que él no podía acceder sin el permiso previo y por escrito de su esposa. Allí pasaba Gala cortas temporadas veraniegas y allí también recibía a sus amantes.
Los hijos no entraron nunca a formar parte de los planes de la pareja, sentían que todo su ser debían consagrárselo enteramente uno al otro, sin compartir ese amor con nadie. Gala se convirtió en la musa inspiradora. El modelo que aparecería en la mayoría de los cuadros de su marido, la sacerdotisa que le leía las cartas todos los días y le pronosticaba el porvenir, la única persona capaz de darle calma al inquieto espíritu del genio catalán.
Dalí jamás le fue infiel, decía que era imposible traicionar a su sombra. Ella lo acompañaba a todas partes, era su amuleto de buena suerte. Cada exposición, cada discurso, cada premio que recibía, no tenían ningún valor si ella no lo compartía con él.
A pesar de su rostro frío y arrogante era irresistiblemente seductora. En los últimos años no salía a la calle sin su lazo negro de terciopelo que le regaló Coco Chanel.
La muerte de Gala el 10 de junio de 1982, a los 89 años, dejó al pintor sumido en la mas profunda tristeza. De forma voluntaria se recluyó en su casa, y prácticamente se negó a salir y a recibir visitas, de hecho quiso suicidarse "por deshidratación", negándose a comer y beber. Y así, siguió viviendo como un monje de clausura, de cuyo enclaustramiento salió sólo para ser enterrado, el 23 de enero de 1989 a causa de un problema cardíaco y una neumonía.
Gala descansa en el castillo de Púbol, donde Dalí diseñó dos tumbas contiguas con orificios laterales para que ambos pudieran entrelazar sus manos para toda la eternidad. Pero en sus últimos días, el artista pidió ser enterrado en la cripta del Museo Teatro de Figueras. Alrededor de 40 kilómetros les separan para siempre. Por disposición suya, todos sus bienes y su obra pertenecen al estado español.
Amigos, compañeros, cómplices, locos lunáticos, almas gemelas....... Está claro que no fueron para nada una pareja convencional, pero lo que también dejaron muy claro es que se quisieron intensamente, que vivieron juntos cincuenta años y que sólo la muerte los separó.
Este blog con este post ha sido muy amablemente invitado por Ricardo José Lebrancón a participar en el balcón de su blog "Crónicas desde su balcón" y muy gustosamente he aceptado. ¡Gracias Ricardo!
Fuentes: